En vez de fabricar compuestos que permitan a los pilotos buscar los límites de su mecánica, Pirelli propone una cuenta atrás donde el neumático debe ser desechado por inservible. Precipita de manera forzada el rendimiento de las llantas con el único propósito de obligar a reemplazar el producto. Una práctica de obsolescencia programada que en este caso tiene como fin provocar la mentira, el caos, y llenar con falsedad los ojos del mal aficionado —hijos de Bernie, entiéndase. Esos que a cada carrera juzgan como increíbles y en el mismo orden de llegada, al primero, al segundo, y al tercero—.
Y sin embargo, sería tan fácil hacerlo bien, que consterna. Debe proporcionarse a los pilotos un compuesto con el cual los más virtuosos y agresivos puedan hacer frente e igualar la finísima perfección técnica de otros. Con esto convivirían estilos, y no tendríamos la horda de reprimidos domingueros rezando por llegar a la siguiente tapa de aceitunas que sufrimos cada Gran Premio. Pena y asco lo que no lo vean.