La velocidad en todo tipo de carreras ha sido siempre un compromiso entre el derrape y la trazada fina. Un exceso de agresividad castigaba los tiempos sin la adecuada habilidad para controlar el vehículo en tales circunstancias. Esto ha sido siempre y ha llevado al deporte del motor a llenar de aficionados circuitos o tramos de competición. Al hilo del pasado GP de Bélgica retumban en mi mente con dolor los comentarios que sobre Button hacían los comentaristas; venían a exaltar sus excelencias en el cuidado de los neumáticos, lo cual le proporcionaba un plus respecto al resto.
Craso error. Button no sabe cuidar los neumáticos mejor que cualquier otro piloto, simplemente desconoce otra forma de pilotar. Tiene una buena velocidad con su estilo y punto. Es la artificiosidad con que la FIA ha ido degenerando la competición llevando a poner en liza unos compuestos mediocres que buscan con mayor ahínco la degradación que el rendimiento la que engaña a ciertos personajes poco o nada entendidos, eso sí, aficionados ávidos y casi drogadictos del intercambio de posiciones sea este de la naturaleza que fuere, la que provoca que pilotos de medio pelo, domingueros en ciernes, puedan llegar a ocupar infamantes portadas en revistas de la disciplina que nos ocupa.
Si eres un joven aficionado, debes saber que jamás, y bajo ningún tipo de circunstancia, Jenson Button puede ser más rápido que Lewis Hamilton, casi por lo mismo que el diamante raya al talco. Habría que llamar a Dios y preguntarle por qué hizo estas reglas para el Universo, pero es lo que hay. Que nadie se lleve a engaños y hagamos fuerza en la medida de nuestras posibilidades para que el futuro de la F1 no pase por criticar a pilotos que "se cargan los neumáticos" y exaltar medianías. ¿Alguien imagina a un virtuoso del violín bajando la velocidad de ejecución de su solo porque se le sobrecalientan las cuerdas? Que una cosa es pasarse veinte metros de frenada y otra bien distinta ser castigado por saber pilotar al límite.