En tiempos donde computadoras, vectores, y fotografías, no lo habían acaparado todo, imagino a estos creadores disparando fantasías en jóvenes y aficionados de cada época. Sus instantes capturados solían plasmar momentos estelares de la competición, desmenuzaban maravillosas máquinas o dejaban constancia técnica en planta, alzado y perfil. Es a ellos a quien me gustaría dedicar este hilo de un modo, quizá no muy riguroso en cuanto al compendio enciclopédico, pero sí en cuanto al contenido de sus obras. A saber:
Tomamos una creación y buceamos lo que estimemos en cuanto al contenido, creador, o posible forma de conseguirlo. Una visión personal que podrá ser ampliada y comentada por el resto. Arranco pues este gran premio artístico poniendo en liza a tres de los más conocidos —por mí, claro, que no soy siquiera diletante— rindiendo tributo a una de las más conocidas hazañas. Los artistas en cuestión, son, esta vez (y lo serán muchas más, o eso espero): Michael Turner; Nicholas Watts, y Graham Turner (hijo y genéticamente heredero de las virtudes del primero). Nos encontramos en el prolífico 4 de agosto de 1957.
Al volante de la mítica Maserati 250F, entre el infierno verde, no podía otro, sino el viejo diablo, escribir su más mítica hazaña. Tan ilustre hecho, no lo habría sido tanto, de no contar con oponentes de categoría y capacidad contrastada. Por la parte mecánica, su 250F hubo de enfrentarse a la Ferrari 801, y por la humana, habría de vérselas con Mike Hawthorne y Peter Collins. La 801 no fue una de esas máquinas redondas que tan frecuentemente ha parido la casa del cavallino; se trataba de una remozada Lancia D50, que por circunstancias que no domino, había ido a parar a manos de la escudería italiana más bien como monoplaza de transición hacia la ya dominadora D246. Pese a todo, era una buena máquina, de rendimiento presumiblemente similar al Maserati de Fangio. La diferencia fundamental, y que daría origen a esta mítica carrera, estribaba en los neumáticos.
Ferrari utilizaba unos resistentes Englebert que le permitían completar la carrera sin complicaciones; mientras, en Maserati, se habían dado cuenta que sus blandos Pirelli ni con todo el mimo de Fangio podrían llegar a buen puerto. El neumático, por contra, tenía un gran rendimiento durante su vida útil.
A día de hoy la solución estaría clara, pero en 1957, entrar a boxes, era, en cierto modo, tomar unas vacaciones. Los pilotos bajaban del monoplaza como el perezoso trepa a las ramas, y no había razón para más prisas, pues una parada por encima del medio minuto era algo normal. Así lo calculó “el chueco”, y así tomó la decisión de recortar en pista lo que perdería en boxes. Comenzó la carrera y tras unos primeros compases de dominio ferrarista, Fangio se puso en cabeza y comenzó a tomar tiempo a sus perseguidores. Hasta en seis ocasiones batió la vuelta rápida en la primera de sus tandas y logró acumular cerca del medio minuto hasta su parada en la vuelta once —debemos recordar que la carrera era a 22 vueltas en un circuito de casi 23 km de longitud—. Todo marchaba sobre lo previsto hasta que la ya de por sí, lenta parada, se transformó en casi eterna. El medio minuto esperado, se fue al minuto y dieciocho segundos mientras los dos Ferrari pasaban por meta tomando una gran ventaja.
Sin arrojar la toalla, el argentino se incorpora a la carrera a cincuenta segundos de la cabeza. Quedaban diez vueltas y las matemáticas no fallan: habría de conseguir cinco segundos por giro. Si recordamos, en su primera tanda, en similares condiciones, había conseguido 30 segundos. Había que encontrar algo más. Y dice la leyenda que inventó pasos a fondo donde no los había; que entró en un loco frenesí, y que deslizaba vuelta a vuelta más de lo que había hecho nunca. Llegó a rebajar en ocho segundos su tiempo de calificación, y recortando más de cinco segundos por vuelta, divisó dos puntos rojos en la lejanía.
Así lo vio, y volvemos a los otros protagonistas: Michael Turner.
Mis comentarios profanos destacan de este artista, su singular facilidad para aplicar velocidad a los retratos, su imaginación —el hecho de reflejar a Hawthorne y Collins con Fangio al fondo: excepcional—, y no dar la sensación como muchos otros, de trasladar fotografías reales de época, integrándolas o simplemente transformándolas en cuadros.
Sigamos con el relato, que ahora avanza a la velocidad de Fangio. En un suspiro el argentino da cuenta de Collins, y el propio Turner, de nuevo con su particular visión, lo plasma así:
Estética y composición perfecta para reflejar al veterano campeón desatado.
Viendo lo que se le venía encima, Hawthorne fue acusado de no poner demasiada resistencia, y él mismo reconocería más tarde que “el diablo” se lo habría llevado por delante de otro modo. Tomó la cabeza faltando pocas curvas, y allí quedó para siempre parte de su historia. Confesaría el argentino haber pilotado aquel día más allá de los límites, y que no volvería a repetir riesgos similares.
Así le vieron, por delante de los Ferrari: Nicholas Watts
Me gustan los cuadros de este hombre. Desde mi ignorancia, diría, que es más pictórico. Destacable el contravolante reflejando el pilotaje extremo de aquel día.
Vamos con el vástago:
En este caso los genes marcan pautas, y en muchos de sus cuadros, diría que el heredero supera al viejo Turner.
Tienen galería conjunta, y podéis encontrarlos aquí:
http://www.studio88.co.uk/acatalog/Motor_Sport.html
Aquí os dejo otro enlace a las gallerías de Nicholas Watts:
http://themotorsportgallery.co.uk/mg-gallery-index.htm
Como regalo o autorregalo, no tienen duda; y todo lo que está fuera de ediciones limitadas, creo que tiene precios asequibles. Y es que, con la parienta, o la persuasión adecuada, un cuadro de estos debería reemplazar siempre en un salón que se precie, a cualquier jarrón o cuenco con frutas